COVID-19, EL NEOLIBERALISMO Y LA DESTRUCCIÓN DE LA SALUD PÚBLICA
Por Aram Aharonian:
El coronavirus ha dejado a la
intemperie el drama social producto de años de neoliberalismo. La profunda
crisis del sistema ha desempeñado su papel en la salud pública socavada por la
política de austeridad que simplemente no puede con la enfermedad siquiera en
los países europeos más “civilizados”.
Transitó el mundo occidental
años de haber dejado de financiar la salud pública, de aceptar la coexistencia
del sector privado -con la consecuente cofinanciación o subvención a las
empresas privadas nacionales o trasnacionales- y haber transformado a los
hospitales en empresas médicas, y la pandemia muestra los resultados
inevitables.
El mundo globalizado de hoy
está afectado no solo por el coronavirus sino por numerosas enfermedades de
naturaleza económica y social, como las desproporciones desordenadas del
“mercado libre”, la pobreza en gran escala, la creciente desigualdad social, el
atraso crónico en el desarrollo, las enormes lagunas en la educación e,
incluso, los rudimentos del fundamentalismo religioso junto a una corrupción
constante.
La Organización Internacional
del Trabajo prevé aumento en los índices de pobreza, desempleo y subempleo,
como impacto de la pandemia y señala que 25 millones de personas podrían perder
sus trabajos, superando las cifras de la crisis financiera del 2008-2009, que
significó un incremento de 22% de desempleados. El impacto será devastador para
los trabajadores que ya se encuentran o están cerca del umbral de pobreza.
Entre sanitaristas y
privatistas
La crisis sanitaria actual
paradójicamente ha dado punto final al
entrevero histórico entre sanitaristas y
privatistas. La evidencia es la propia realidad: ante una crisis sanitaria
de magnitud como la actual no se puede
responder con mecanismos de transacciones de oferta y demanda, sino solo con
una enérgica intervención pública.
Desde la década de 1980 el mundo ha vivido en un estado permanente de
crisis. “Por ejemplo, la crisis financiera permanente se utiliza para explicar
los recortes en las políticas sociales (salud, educación, bienestar social) o
el deterioro de las condiciones salariales. Se impide, así, preguntar por las
verdaderas causas de la crisis. El objetivo de la crisis permanente es que esta
no se resuelva, señala Boaventura de Souza Santos.
Los objetivos – en favor del
club de los más poderosos- son los de
legitimar la escandalosa concentración de riqueza e impedir que se tomen
medidas eficaces para evitar la inminente catástrofe ecológica. “Así hemos
vivido durante los últimos 40 años. Por esta razón, la pandemia solo está
empeorando una situación de crisis a la que la población mundial ha estado
sometida”, añade.
El neoliberalismo desde la década del 1970, centró su penetración ideológica en un
discurso simple pero atractivo: la “libertad de elegir”, es decir una economía de mercado sin restricciones
guarda todos los secretos de eficiencia y justicia distributiva.
En forma complementaria el
discurso neoliberal refirió otra simplificación explicativa: todos los
crecientes problemas de las economías (desocupación, marginación, diferencias,
polución, abismales de ingresos,
injusticias, inmovilidad social, sobre endeudamiento, etc.) serían debido a la
presencia activa del Estado en
actividades .
Todas las actividades “podrían ser hechas mejor y con mejores resultados” por el
sector privado, sin pensar la existencia
de contradicción alguna entre su afán de mayor lucro y los resultados sociales
injustos o desbalanceados. Una de las áreas en las cuales puso la mira vehemente pie la inversión privada en los
últimos años fue el de la salud.
El derecho básico universal a la salud pública
fue bandera de los europeos y en América Latina, pero no así en EEUU, que no lo
tiene siquiera reconocido. Hoy, el coronavirus expone las falencias del sistema
de salud estadounidense, donde 30 millones de personas no poseen seguro médico
y otros 40 millones sólo acceden a planes deficientes, con copagos y seguros de
costos tan elevados que sólo pueden ser utilizados en situaciones extremas.
Dispararon contra la salud
pública
La pandemia se expande, así
como el miedo a no poder pagar las costosas consultas y tratamientos. La última
década dejó los sistemas sanitarios de Europa, otrora orgullosas joyas de la
corona del Estado de bienestar en un estado muy precario: se perdieron y
cerraron plazas, hospitales camas, médicos, se limitaron recursos, se dejaron
pasar oportunidades, disminuyó la investigación y la inversión, aumentó la
ganancia de las aseguradoras y los laboratorios trasnacionales.
Según la Organización Mundial
de la Salud, las camas para casos agudos y cuidados intensivos en Italia se
redujo a la mitad: en los últimos 25 años de políticas neoliberales, de 575
lugares cada 100.000 habitantes a 275 en la actualidad.
Hoy EEUU no puede soportar una crisis no
prevista. Bastante tienen con la gripe de cada año con la gente que satura los
hospitales cada temporada de invierno. La UE naufraga ante una crisis no
esperada y la impotencia de llevar a cabo una política social común, que arruinará el poco crédito que le quedaba.
Millones de trabajadores autónomos y pequeñas empresas se van a quedar sin
nada.
La campaña sistemática contra el derecho a acceder a la atención médica garantizada
tuvo otra arista siniestra y perversa no casual: la caída constante de los
presupuestos de salud y de los ingresos y condiciones de trabajo de los
profesionales y auxiliares de la salud, con la intencionalidad también de
demostrar que la salud privada era mejor, al menos en apariencia (edificios más
similares a hoteles que a hospitales, campañas de publicidad dirigida, oferta de servicios diferenciados, etc.)
La crisis sanitaria actual
demuestra que es solo a través de la medicina pública que pueden priorizarse y
volcarse los máximos recursos a los que
pueda tener alcance la sociedad . Ante un objetivo tan elemental inmediato como es el garantizar la salud, el fin y las
prioridades no pueden ser el lucro
privado (vendo y compro lo que me conviene)
sino la atención de los enfermos y la superación de la epidemia. No se
trata de un negocio, se trata de la
vida.
¿Acaso el virus nació en China?
Según la Organización Mundial de la Salud, el origen del virus aún no se ha
determinado. Por lo tanto, es irresponsable que los medios oficiales en Estados
Unidos hablen del «virus extranjero» o incluso del «coronavirus chino», sobre
todo porque solo en países con buenos sistemas de salud pública (EEUU no es uno
de ellos) es posible hacer pruebas gratuitas y determinar con precisión los
tipos de gripe que se han dado en los últimos meses.
La forma en la que se
construyó inicialmente la narrativa de la pandemia en los medios de
comunicación hegemónicos occidentales hizo evidente la intención de demonizar a
China, insinuando su primitivismo (malas condiciones higiénicas en los
mercados, extraños hábitos alimenticios, usados como muletilla por la prensa occidental).
Subliminalmente, la ciudadanía mundial
fue alertada sobre el peligro de que China domine al mundo.
Lo que sabemos con certeza es
que, mucho más allá del coronavirus, hay una guerra comercial entre China y
Estados Unidos. Desde el punto de vista de éste país, es urgente neutralizar el
liderazgo de China en cuatro áreas: la fabricación de teléfonos móviles, las
telecomunicaciones de quinta generación (inteligencia artificial), los
automóviles eléctricos y las energías renovables.
Cambio drástico de vida
Pero la pandemia ha exigido
cambios drásticos, imposibles que como por arte de magia se convierten en
realidad: vuelve a ser posible quedarse en casa, tener tiempo para leer un
libro o ver una película, pasar más tiempo con la familia, consumir menos y,
sobre todo, huir de los centros comerciales en las grandes ciudades.
Se desmorona el imaginario
colectivo impuesto por el hípercapitalismo y obliga a discutir alternativas, lo
que crea mucha inseguridad en ese 1% de los dueños del mundo. La pandemia, al
igual que la crisis ambiental demuestra meridianamente que el neoliberalismo
mata.
Estado de necesidad y deuda
En muchos otros países de la
región, esta enorme emergencia mundial
es coincidente con ahogo financiero.
¿Cómo volcar mayores recursos
públicos cuando existe la presión de un
endeudamiento público altamente
cuestionado? La consigna automática podría ser el no pago de la deuda
externa. Pero no surge automáticamente
en la población la capacidad de vincular la deuda con la crisis sanitaria.
El planteo para alcanzar mayor
comprensión y adhesión social debe ser al revés: a partir de esta
emergencia la prioridad absoluta del gasto público debe destinarse a atender la
urgencia sanitaria y de garantizar las condiciones de vida de la población y
todo otro gasto – incluido por supuesto las vinculados intereses o amortización
de la deuda pública – pasa a estar condicionado al cumplimiento de lo primero.
Como ha ocurrido y ocurre en
cualquier sociedad que afronta
catástrofes, una propuesta concreta urgente debe hacer
referencia específica a los
gastos e inversiones que deben
realizarse sin demora: insumos y equipamientos médicos, mayor cantidad de
plazas de terapia intensiva en los hospitales,
pago de salarios caídos a quienes no puedan trabajar, contratación de
personal sanitario, garantizar el acceso a todos los medicamentos, etc., señala
el economista y catedrático Jorge Marchini.
A contramano del manual de
austeridad con que el organismo históricamente busca resolver todos los
problemas mundiales, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional,
Kristalina Georgieva, admitió que “será necesario un estímulo fiscal adicional
para evitar daños económicos duraderos”. Pero pareciera que Georgieva solo
hablaba de financiar la crisis sanitaria de los países europeos.
Inundados de notas, análisis y
recomendaciones de expertos en algo, videos, memes; falsedades y verdades;
estamos en estado de emergencia, en periodo quincenal de cuarentena
obligatorio. Se cerraron las fronteras y están suspendidos algunos derechos
civiles como a la libre circulación y reuniones sociales. Ha sido y es difícil
asimilarlo. Con el Covid-19 llegó la hora de revivir los lazos de solidaridad y
compromiso social.
Sólo se necesitó una pandemia
mundial, como la del coronavirus, para revalidar el rol del Estado como
reasignador de recursos. Un dilema clave en relación a los recursos financieros
y en divisas que nuestros países precisan urgentemente para afrontar esta
crisis sanitaria, sorprendente por lo rápida y virulenta, son los ajustes
exigidos por el FMI y los fondos financieros que los han esquilmado… o la salud
pública, señala Jorge Marchini.
Hay que elegir.
Aram Aharonian.
Periodista y comunicólogo
uruguayo.
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